Si los humanos tuvieran cola, ¿cómo sería y cómo la utilizaríamos?
Desde las sirenas hasta los antiguos escorpiones babilónicos, las historias de humanos con cola abundan en las mitologías de todo el mundo. A menudo, estas figuras poseen algún tipo de poder mágico o de sabiduría más allá de la comprensión de los mortales.
Pero, ¿cómo sería si los humanos tuvieran realmente cola? ¿Cómo cambiaría este apéndice adicional nuestra vida cotidiana? ¿Y qué aspecto tendrían?
Para algunas personas, esto es más que un experimento mental; en raras ocasiones, los bebés con espina bífida -una enfermedad en la que un bebé nace con un hueco en la columna vertebral- o con un coxis irregular pueden nacer con una “pseudocola” vestigial. Estas excrecencias carnosas suelen contener músculo, tejido conectivo y vasos sanguíneos, pero no hueso ni cartílago, según una investigación publicada en la revista Human Pathology (se abre en una nueva pestaña). No son funcionales y suelen eliminarse poco después del nacimiento.
Si observamos la evolución humana, nuestros lejanos antepasados primates tenían algún tipo de cola. Las colas desaparecieron en nuestro linaje directo hace unos 25 millones de años, cuando los grandes simios se separaron de los monos. Es posible que nuestros antepasados se deshicieran del apéndice extra para ahorrar energía y calorías a medida que evolucionaban hacia un mejor equilibrio bípedo. Pero, por supuesto, los primates con cola siguen existiendo hoy en día.
Ciertas especies de monos nativos de América del Sur y Central (denominados monos del “Nuevo Mundo”, frase acuñada por los colonizadores europeos y recogida posteriormente por los científicos) tienen colas prensiles -colas que pueden agarrar objetos- que pueden enroscarse alrededor de las ramas de los árboles e incluso soportar su peso corporal, según Field Projects International (se abre en una nueva pestaña), un grupo de investigación y educación sin ánimo de lucro. Pero nuestros parientes vivos con cola más cercanos son los monos del “Viejo Mundo” que viven en África, Asia y el sur de Europa, como los babuinos y los macacos, que utilizan sus colas sobre todo para mantener el equilibrio. “Ninguno de ellos tiene una cola prensil, porque eso es un paso atrás en el árbol genealógico”, dijo a Live Science Peter Kappeler (se abre en una nueva pestaña), antropólogo evolutivo de la Universidad de Göttingen (Alemania).
Así que nuestras colas probablemente no serían prensiles”. Sin embargo, según Kappeler, eso no significa necesariamente que fueran inútiles. Una cola larga y peluda como la de los macacos podría ser útil para envolvernos en ella para abrigarnos, como una bufanda incorporada. Y si hubiéramos evolucionado para hibernar durante el invierno, nuestras colas podrían ser útiles como sistema de almacenamiento de grasa (se abre en una nueva pestaña) (una estrategia empleada por algunos mamíferos no primates, como los castores).
Más allá de nuestros parientes primates, “hay otros bípedos con cola en los que nos inspiramos”, explica a Live Science Jonathan Marks (abre una nueva pestaña), antropólogo de la Universidad de Carolina del Norte en Charlotte. Por ejemplo, los canguros tienen una cola robusta que utilizan como un trípode, lo que les ayuda a sostener su peso y añade fuerza a su zancada. Los dinosaurios terópodos extintos, como el Tyrannosaurus rex, tenían colas rígidas y musculosas que podían actuar como un timón cuando corrían.
Sin embargo, tener una cola como la de estas criaturas alteraría nuestra zancada. Por ejemplo, una cola al estilo del T. rex nos obligaría a inclinarnos hacia delante en las caderas, manteniendo el pecho paralelo al suelo en lugar de erguido. Una cola de canguro sería difícil de maniobrar sin dar saltos, ya que de lo contrario se arrastraría de forma molesta por el suelo. “Es un modo de locomoción muy diferente”, afirma Marks.
Y, según Marks, podría ser difícil evitar lastimar inadvertidamente nuestras colas mientras hacemos nuestra vida cotidiana. Como sabe cualquier propietario de un gato, las colas largas son propensas a ser pisadas o a cerrarse accidentalmente en las puertas. Mientras tanto, las colas cortas podrían dificultar el sentarse en una silla sin algunas modificaciones. “Está claro que si tuviéramos colas, tendríamos que rediseñar los asientos de los coches y los trajes de baño”, afirma Marks.
Dado el impulso humano de adornarnos, las colas podrían (y probablemente lo harían) abrir una serie de nuevas posibilidades de moda. Las piezas de joyería más antiguas se remontan a hace 100.000 años, según escribió Michelle Langley, arqueóloga de la Universidad Griffith de Australia, en The Conversation (se abre en una nueva pestaña). Es fácil imaginar que nuestros antepasados desarrollaron accesorios como anillos para la cola, calentadores de cola o incluso redecillas para la cola junto con adornos como collares y pendientes.
Pero para Marks, las posibilidades de la moda no compensan el inconveniente: “Creo que sería un auténtico coñazo”.