Dormir poco no solo genera cansancio al día siguiente: puede convertirse en un problema silencioso para el corazón y los vasos sanguíneos. Cada vez más investigaciones confirman que dormir menos de seis horas por noche incrementa el riesgo de hipertensión arterial, un factor que puede desencadenar complicaciones graves como infartos, accidentes cerebrovasculares e insuficiencia cardíaca.
La hipertensión es conocida como el “asesino silencioso” porque puede dañar el organismo durante años sin causar síntomas visibles. Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), afecta a más de 1.200 millones de personas en el mundo y menos de la mitad sabe que la padece. La falta de sueño es uno de los factores modificables que, si se corrige, puede reducir significativamente el riesgo de desarrollar esta condición.
Cómo afecta el sueño al sistema cardiovascular
Dormir es mucho más que descansar. Durante el sueño profundo, el organismo realiza funciones esenciales:
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Se produce la reparación celular de los tejidos.
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El sistema inmunológico se fortalece.
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Se regulan hormonas como la melatonina, que induce la relajación y promueve la vasodilatación.
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La presión arterial desciende de manera natural en un fenómeno conocido como “descenso nocturno”.
Cuando una persona duerme menos de seis horas, este descenso se interrumpe. Como resultado, el sistema cardiovascular permanece en estado de alerta, lo que genera mayor tensión en los vasos sanguíneos y, a largo plazo, eleva el riesgo de hipertensión crónica.
De acuerdo con expertos de Verywell Health, la privación de sueño provoca desequilibrios hormonales, en especial un aumento en la producción de cortisol (la hormona del estrés), que causa vasoconstricción y eleva la presión arterial de forma sostenida.
Evidencia científica: dormir poco aumenta la presión
Diversos estudios han confirmado esta relación. Una investigación que incluyó a 66.122 adultos encontró que quienes dormían menos de seis horas tenían un 10% más de probabilidades de desarrollar hipertensión que quienes descansaban entre siete y ocho horas.
De igual forma, investigadores de la Universidad de Harvard publicaron en la revista Sleep Medicine un estudio que siguió a 3.500 adultos sin hipertensión previa durante un año. Los resultados fueron contundentes:
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Los participantes que dormían menos de seis horas experimentaron un aumento promedio de 6 mmHg en la presión sistólica.
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Presentaron un 18% más de riesgo de desarrollar hipertensión en comparación con quienes dormían al menos siete horas.
Además, quienes tenían insomnio o despertares frecuentes durante la noche presentaron un riesgo hasta 28% mayor de presión alta, lo que confirma que no solo importa la cantidad de sueño, sino también la calidad del descanso.
Trastornos del sueño vinculados a la hipertensión
No dormir lo suficiente puede ser consecuencia de múltiples trastornos del sueño. Entre los más comunes que elevan la presión arterial se encuentran:
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Insomnio: cuando la dificultad para dormir es persistente, el riesgo de hipertensión puede cuadruplicarse.
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Apnea del sueño: caracterizada por pausas en la respiración, reduce la oxigenación y libera noradrenalina, una hormona que eleva la presión arterial.
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Narcolepsia: los pacientes presentan una prevalencia de hipertensión del 44% debido a la alteración del sueño profundo.
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Síndrome de piernas inquietas: provoca microdespertares y activa el sistema nervioso simpático, aumentando la presión.
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Sueño fragmentado por trabajo nocturno o por turnos: duplica el riesgo si la duración del descanso baja de seis horas.
Estos problemas se agravan si se combinan con factores de riesgo como obesidad, sedentarismo, consumo de alcohol y tabaco, dieta alta en sodio o antecedentes familiares de hipertensión.
Higiene del sueño: la clave para prevenir la hipertensión
La buena noticia es que el sueño es un factor de riesgo modificable. Expertos recomiendan adoptar hábitos de higiene del sueño que mejoran la calidad del descanso y protegen la salud cardiovascular:
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Mantener horarios regulares: acostarse y levantarse a la misma hora todos los días, incluso los fines de semana.
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Optimizar el ambiente de la habitación: oscura, fresca y silenciosa.
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Evitar pantallas y dispositivos electrónicos al menos una hora antes de dormir.
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Reducir el consumo de cafeína, alcohol y nicotina en la tarde y noche.
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Realizar actividades relajantes como lectura, meditación o un baño tibio.
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Evitar cenas muy pesadas y dejar pasar al menos dos horas entre la última comida y el momento de acostarse.
Si los problemas para dormir persisten más de tres meses, los expertos aconsejan buscar ayuda profesional. Un especialista en medicina del sueño puede identificar el origen del problema y recomendar tratamiento, lo que reduce el riesgo de complicaciones cardiovasculares a largo plazo.
Conclusión: dormir bien es una inversión en salud
Dormir al menos siete horas de calidad cada noche no es un lujo, sino una necesidad biológica. La falta de sueño sostenida se asocia con hipertensión, mayor riesgo de infartos y accidentes cerebrovasculares, y deterioro de la calidad de vida.
Cuidar el sueño es tan importante como mantener una dieta equilibrada o hacer ejercicio. Implementar rutinas de descanso adecuadas y acudir al médico en caso de insomnio o apnea puede marcar la diferencia para mantener el corazón sano y prevenir enfermedades silenciosas que pueden ser mortales.